Socialismo o destrucción de la humanidad

Hace unos meses, en octubre de 2017, «Le Monde» publicó un alarmante artículo: el 80% de los insectos habrían desaparecido de Europa en 30 años, incluso a pesar de que el calentamiento global debería favorecer su proliferación. Todos aquellos que viven en el campo o les gusta caminar pueden notarlo; ya no se ven aquellas nubes de insectos volando cuando uno llegaba al campo o al bosque… La desaparición de las abejas está presente en los titulares de los principales medios, pero toda vida del planeta está disminuyendo a una velocidad de vértigo; la pérdida masiva de la diversidad animal en ecosistemas terrestres y marinos y la destrucción de todo tipo de plantas y hongos. No es cuestión de proteger algunos animales simbólicos, sino todas las especies vivas.

Todas las alarmantes predicciones sobre el futuro del planeta que hacíamos ayer parecen un chiste al lado de las nuevas visiones de pesadilla que descubrimos hoy. La catástrofe empeora y cada nuevo estudio hace que el anterior parezca obsoleto y optimista.

No se trata de la estupidez humana, de un simple mal comportamiento individual que deba rectificarse, sino de revisar toda la producción de toda la humanidad, la cual posteriormente determina el consumo, ya que, por definición, solo podemos consumir lo que se produce.

Los «seres humanos» no son los culpables, sino el modo de producción capitalista

En el capitalismo, el único factor de producción es la acumulación de capital, esto es, la reproducción de lo que se consume y la producción de un excedente, el cual es acumulado por la clase que posee los medios de producción, la burguesía.

Los trabajadores en el capitalismo (y por trabajadores nos referimos a todos los involucrados en la producción del mercado, el corazón del proletariado, los directamente involucrados en la producción de bienes) son explotados por la burguesía. Esto significa que parte de su trabajo se utiliza para producir lo necesario para mantener el nivel de vida de los trabajadores y de todo el proletariado, y la otra parte es tomada por la burguesía, que vuelve a invertir una parte de ello en la reproducción del capital, otra parte para la gestión y retiene el resto a modo de beneficio, que en gran parte toma la forma de nuevo capital.

Por tanto, el capital siempre acumula: el trabajo humano transformado en capital es la tarea más importante del capitalismo. El trabajo humano acumulado en forma de máquinas reemplaza el trabajo humano actual. Marx decía, «el Capital es un trabajo muerto, que, como un vampiro, vive sólo de chupar vida laboral». Por tanto, hay cada vez menos valor producido en comparación con el capital acumulado, cada vez menos mano de obra humana en relación al capital acumulado. Es la tendencia a la baja de la tasa de beneficio, lo cual obliga a las empresas a aumentar la producción, a intensificar continuamente el trabajo humano… lo cual, de nuevo, hace disminuir el valor de los productos básicos resultando en una menor tasa de beneficio.

En definitiva, es un proceso contradictorio y antagónico del capitalismo, que genera superproducción y crisis.

Sea cual sea la moral de los productores, sin importar si la etiqueta del producto es «ecológico» o «bio», el planeta siempre será saqueado por el imperialismo, sin respeto alguno por la vida.

La ecología es una cuestión de clase

Ante todo, los primeros en sufrir las consecuencias de la destrucción del medio ambiente son el proletariado y las naciones oprimidas por el imperialismo.

Los imperialistas están trasladando cada vez más sus industrias contaminantes y destructivas a las naciones oprimidas para evitar las normativas medioambientales y explotar mano de obra barata y sin protección. Así, la mayoría de las actividades de producción contaminantes de los grandes monopolios imperialistas han sido trasladadas a África o a Asia, mientras que las menos contaminantes -como por ejemplo la fase de montaje- se han mantenido en las metrópolis imperialistas. La división del trabajo es una buena herramienta para trasladar las actividades contaminantes hacia el proletariado de las naciones oprimidas. Por otra parte, los imperialistas están, al mismo tiempo, exentos de toda norma de seguridad en sus actividades destructivas, al tiempo que los trabajadores de los países oprimidos trabajan en las condiciones más peligrosas y son las primeras víctimas de las actividades contaminantes de los capitalistas; ya sean proletarios que trabajan para Areva en Níger o los que fabrican textiles en Bangladesh y respiran químicos todo el día sin protección en fábricas que son como barriles de pólvora. Esto también se refleja en el saqueo de recursos naturales donde los pueblos indígenas son a menudo víctimas de los monopolios imperialistas que van allí a expropiar y saquear sus tierras con el fin de acceder a los recursos minerales y forestales, tal como es el caso de América Sur, India o todo el sudeste de Asia.

En los países imperialistas el proletariado y las masas oprimidas son también los primeros en ser víctimas de la destrucción del medio ambiente. Podemos observar esto con todas las enfermedades industriales; las llamadas enfermedades «laborales» de las víctimas que trabajan en la industria química. También se ve a través del reparto del espacio, donde los más pobres se encuentran cada vez más concentrados en las zonas más contaminadas, las más cercanas a las industrias contaminantes, mientras que los ricos tienen hermosas avenidas y casas al abrigo de grandes espacios verdes que han construido y renovado con la fortuna acumulada por la explotación. Los burgueses pueden darse el lujo de vivir en vecindarios más «limpios» y ecológicos, pueden permitirse el lujo de comer productos orgánicos y mucho más sanos, ellos compran automóviles eléctricos y construyen su hermoso carril bici al lado de su hogar.

Es por tanto, totalmente erróneo hablar de igualdad en temas de medio ambiente, porque en esta cuestión los pueblos oprimidos y el proletariado tienen mayor interés en efectuar un cambio. Este cambio sólo llegará destruyendo completamente el sistema responsable de tal situación; este cambio sólo llegará bajo la lucha por el socialismo.

Las masas no se rendirán al Lassaiz-faire

El problema ecológico no es un objeto que flote en el vacío de las ideas. Incluso antes de que los comunistas de los países imperialistas pudieran captar completamente el problema, en Francia las masas están tratando ya de encontrar una solución a esta cuestión. Tenemos que analizar todo aspecto político que las masas populares ya se plantean, con todos sus aspectos contradictorios.

Una de las cuestiones es la de «cambiar los hábitos de consumo». Pero considerar el problema de la destrucción del medio ambiente como una cuestión de consumo es observar el problema del revés porque es, tal como se afirmó antes, un problema de producción. Cambiar los hábitos de consumo solo puede llevarse a cabo por los sectores más ricos del proletariado en los países imperialistas, sin que afecte a las empresas. Esta posición de cambio de hábitos de consumo es una posición predominantemente moralista desarrollada por la burguesía y popularizada por la pequeña burguesía que pretende hacer de la ecología un problema de las responsabilidades individuales de cada «ciudadano». Así, la defensa del medio ambiente sería principalmente una cuestión de separar correctamente los residuos, comer alimentos orgánicos y tener un coche híbrido. Al despolitizar de esta forma la cuestión del medio ambiente, se cae en el mito liberal de que la demanda determina la oferta y por tanto el consumo sería lo principal y no la producción. Hacemos que las masas se sientan culpables emitiendo anuncios en la televisión mientras las multinacionales se trasladan para evitar cualquier normativa medioambiental y destruir todos los recursos del planeta, convirtiendo en despreciable el comportamiento individual de cada uno en relación a su tratamiento de los residuos. Esta situación, que se encuentra en todas partes sobre el «cambio de hábitos de consumo», demuestra sin embargo, la realidad del callejón sin salida en que se encuentra la humanidad si continúa produciendo de la forma en que lo hace hoy en día. Se desvía la atención colocando el problema sobre las masas y no sobre los capitalistas. Pero las masas no se dejan engañar, ellos ven la destrucción que surge de este sistema y cada día son conscientes -más que los verdaderos culpables, que son aquellos que tienen el poder, el control de los canales de producción- de que el problema es este sistema basado en la búsqueda del máximo beneficio en el mínimo tiempo.

Otro aspecto de la cuestión ecológica se expresa en las ZAD, las «zonas a defender» como ha habido en Testet o incluso hoy en día en Notre-Dame-des-Landes. Este movimiento se funda en la defensa de zonas geográficas atacadas por la burguesía, para enfrentarse a los llamados «grandes proyectos innecesarios» que son resultado del capitalismo mortal que busca aumentar su beneficio por cualquier medio necesario. Los activistas ZAD fueron capaces de movilizar a las masas a nivel local, con más o menos eficacia, así como a diferentes anticapitalistas y ecologistas radicales. Los ZAD han dirigido constantemente una crítica que va más allá de la simple defensa de un lugar temporal, una crítica que afirma que todo es un sistema que debe ser combatido y que la ecología y el capitalismo son incompatibles. Sobre esa base, los activistas ZAD pretenden construir una alternativa a este sistema estableciendo otra forma de organización, de trabajar en unidad y de producción. Sin embargo, es imposible crear un sistema «alternativo» al capitalismo dentro del capitalismo mismo. No se puede resolver el problema del medio ambiente coexistiendo con el capitalismo, sino atacándolo de frente. Todas estas alternativas finalmente serán asumidas de nuevo por el capitalismo, como una cooperativa de trabajadores que se autoexplota para poder competir con otras empresas capitalistas, o acaba teniendo un brutal final por voluntad de la burguesía, como es el caso a día de hoy en Notre-Dame-des-Landes. Los ZADistas tienen motivos para resistirse a los ataques del Estado burgués y la lección es que uno no puede coexistir con el capitalismo, sino que debe abatirlo. Poner al estado burgués de rodillas no se consigue retrocediendo a una «zona a defender», llevando a cabo un microsistema alternativo. Las ZAD sólo serán sitiadas y destruidas, o recuperadas por el sistema para hacerlas inofensivas. La cuestión del medio ambiente es una cuestión de poner fin al capitalismo, es una cuestión de socialismo. Oponerse a los proyectos destructivos de los monopolios capitalistas es ya una necesidad y las ZAD pueden ser una buena táctica para vencer a un monopolio en un proyecto particular, pero no son una estrategia ni una finalidad en sí mismas. La cuestión principal sigue siendo el poder y por tanto la manera en que el proletariado pueda ser movilizado en su totalidad para derrocar a la clase dominante.

Además de todo esto, hay también muchas movilizaciones populares en la vida diaria: los proletarios de Vallée de l’Arve, por ejemplo, lideraron importantes movilizaciones contra el uso de camiones y contra el turismo alpino extremadamente contaminante. En los barrios obreros hay muchas protestas contra la contaminación que se genera a diario, destruyendo la calidad de vida de las masas.

Si bien muchos trabajadores se están movilizando por estos temas, es raro que surja de estas luchas una conciencia y una organización de trabajo capaz de influir directamente en la producción. Sin embargo, es urgente organizar a la clase trabajadora, los únicos capaces de ofrecer soluciones reales, porque son capaces de diferenciar lo útil de lo inútil, de optimizar la producción sin generar residuos, de idear soluciones y bloquear proyectos destructivos negándose a trabajar.

Contra el alternativismo y la idea de construir comunidades autónomas, reforcemos el movimiento de la clase trabajadora; ellos son los únicos capaces de prevenir la destrucción de la vida en la tierra.

Así, los maoístas decimos hoy que el lema de Rosa Luxemburg, «socialismo o barbarie», se complementa con el lema «socialismo o fin de la vida tal como la conocemos».

¡Construyamos un movimiento obrero revolucionario, capaz de aprovechar todas las cuestiones planteadas por la producción!

¡Todo cambio llegará con la Revolución, por la supervivencia de la vida en la tierra!

Traducido al español por Redspark
Fuente:
PCM Partido Comunista Maoísta – Francia